Cada segundo sábado de septiembre, en más de 80 ciudades del mundo, se celebra un homenaje muy especial: el Día Mundial de la Arepa. Más que un alimento, la arepa es símbolo de hogar, identidad y memoria compartida.
Su historia es tan antigua como profunda. Mucho antes de la llegada de los españoles, los pueblos originarios ya preparaban este pan redondo de maíz, sencillo y nutritivo, que fue el centro de su alimentación. Incluso, algunos estudios señalan que el nombre arepa podría venir de la palabra indígena erepa, que significa “maíz”. Desde entonces, este tesoro ancestral ha viajado a lo largo del tiempo y las fronteras, adaptándose y multiplicando sus formas.
Y no se trata de una sola receta. Existen incontables variedades: las dulces con anís y papelón, las crujientes arepas fritas, las tradicionales de maíz pelado, las cabimeras con todos sus rellenos encima, las de trigo de los Andes, o los famosos tumbarranchos zulianos. Cada región, cada familia, le da su toque especial.
Pero más allá de sus ingredientes, lo que realmente une a todos es el sentimiento que despierta: la arepa es compañía, es memoria, es la posibilidad de revivir un pedacito de la infancia o de la tierra que se extraña. Por eso, el Día Mundial de la Arepa nace como una forma de reconectar con la alegría, con la raíz y con ese sabor que representa a Venezuela en el mundo.
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El tema «Arepita de mi vida» escrito por la periodista Patricia Aloy